el viejo todavía fumaba ese
verano
lo hacía por una cuestión de
habito más que de necesidad
aquello fue mucho antes de
que cayera enfermo
lo recordaba parado en el
umbral de la cocina
deteniendo con su cuerpo la
puerta fiambrera
con un L & M encendido
en la boca
pidiéndole que lo acompañara
a comprar helado
y él lo seguía
siempre lo había hecho
desde el principio sentía
que debía seguirlo
acompañarlo, obedecerlo
compensar al ejemplo aquel que
nadie más seguía
ni acompañaba, ni obedecía
atravesaban juntos la reja,
el jardín
y dirigían sus pasos calle
arriba
rumbo a la avenida
que, con cada nuevo verano,
se engalanaba de coloridas
heladerías de fugaz existencia
caminaban tomados de la mano
bajo la alegre luz de los
faroles villazulenses
que proyectaba fantásticas
sombras en el pavimento
que desdoblaba su cuerpo en
siluetas grises
que transfiguraba la cruel
percepción que tenía de sí mismo
que lo presentaba
encumbrado, soberano y decidido
amaba ese mágico has de luz
que lo adelgazaba
amaba ese momento de padre e
hijo
amaba su pequeña mano
sostenida en la del viejo:
nudosa
encallecida
proveedora
laboriosa
incansable
amaba esa caminata que los
unía,
ese aventurarse a la noche
en procura de un deleite para los demás
los hijos del viejo, sus
hermanos
aquellos eran días felices y
despreocupados para una familia feliz y despreocupada
día en los que todavía nadie
era capaz de imaginar lo que vendría:
el pastor abatido y las
ovejas descarriadas
la pesadilla del Roche
las camas del sanatorio
la redención demorada
las manos contra el paredón
una y otra vez, las manos
contra el paredón
las piernas separadas
la voz oficial
el móvil
la primera
la segunda
la novena
todas
o
casi todas
la costumbre de pasar la
noche en la comisaría
la desazón y la amargura de
las noches que se hacían de día
y los días que se hacían de noche
días sin novedad
la tortuosa pregunta sin
respuesta:
¿en qué fallé?
disparar veneno, echar
culpas
terminar con la paz
el final de los días felices
y despreocupados
todo aquello que nadie
quisiera tener en su vida
todo aquello que formaba
parte de un caprichoso y empecinado designio,
ya desde el primer día,
todo aquello los retemplaría
y los revestiría de valor
aquello no lograría doblegar
al viejo
y a él lo precipitaría
lejos, fuera de la niñez
dejaría huellas
llevaría tiempo
sembraría dudas
y los haría olvidar también,
un malhadado día,
de aquel mágico momento de
padre e hijo.