La gira
termina de golpe
rompiéndose
como un huevo contra el filo de la mañana
mientras teros,
gorriones y benteveos remontan vuelo escapándole al desmonte
y bombardean
con su trino la ruina cerebral de los trasnochados
y ese gordo
y viejo sol emerge de las aguas del río
chisporroteando
violento sobre los techos de chapa acanalada de las casas
derramando
su luz-puñal en los ojos de los vampiros.
Irrumpiendo por
una esquina cualquiera del centro,
como salidas
del sueño de un solitario onanista,
un ramillete
de chicuelas avasallantes cruza la avenida entre griteríos
precipitándose
a la zaga por una calle secundaria
desapareciendo
entre cajones de pollo y una hilera de coches
desintegrando
bajo sus pasos el encanto de una noche inolvidable.
Las niñas desfilan
su aterrizaje ante una fantasiosa ronda matera de taxistas,
pasando
delante de unos naufragados que,
rotándose el
culo de una cerveza caliente,
les dedican
unas miradas feroces
acompañadas por
una torsión de cuello feroz
y la
invitación a participar de actividades no menos feroces.
–Rocío,
Rocío pará, esperáme, boluda, qué te pasa –grita una
pero Rocío
no para, ni espera, boluda,
esta noche
le metió a su cuerpo más Frizzé del que puede aguantar
y ahora la
cosa pugna por salir;
con los
zapatos colgando de una mano
y los pies mugrientos
de andar descalza,
Rocío se
desploma en el jardín de algún jubilado
y le deja
un regalo caliente sobre las flores del cantero.
En la vereda
de enfrente, quebradiza sobre la cal,
una apasionada
Eva Duarte proclama que "nuestra patria dejará de ser colonia
o la bandera
flameará sobre sus ruinas",
un 307 –claramente
pagado por papá– reduce la marcha junto a ellas,
el conductor
baja los vidrios polarizados y sube el volumen del reggaetón,
si sacara la
pija y la meneara con soez orgullo no habría diferencia,
el propósito,
la síntesis, el objetivo
viene a ser
el mismo
en este
contexto
y en
cualquier otro también.
La
expurgación se sucede en pestilentes arcadas,
una de las
amigas sostiene el pelo de Rocío
le acaricia
los hombros, la ayuda a reír,
mientras la
otra empieza a sentirse tentada por la perspectiva que ofrece el coche,
allá en la esquina
los taxistas lamentan no tener veinte, treinta años menos,
la bilis
chorrea los labios pintados,
las calzas
de estreno arruinadas,
las rodillas
besando el pasto mojado,
el 307
arranca, sale arando,
ya no queda
nada dentro de Rocío,
la noche
parece
ha llegado a
su fin.