una cabeza
descansa sobre la arena,
salitrosa espuma
blanca se acerca hacia ella,
apenas la toca,
se vuelve a alejar,
vino a
buscarla, tiene una cita, la quiere besar,
susurra promesas
de alivio en oídos hambrientos de calma,
juguetea con
su pelo,
el mar la acaricia
hasta hacerla dormir,
después la envuelve,
como a un regalo,
y se la
lleva,
despacito pero
con determinación,
detrás del
horizonte,
hacia el
fondo del Atlántico.
desbocados
caballos blancos
se lanzan al
tropel sobre la conciencia
pisoteando amargas
preocupaciones,
desintegrando
ciudades caóticas
llenas de clamoroso
tránsito,
de autos enojados
y gente que abandona perros,
de bocinas,
de linchamientos, de black Fridays,
de trabajos que
no alcanzan para los impuestos,
de impuestos
que no alcanzan a los empresarios,
de bocas llenas de la palabra "pueblo"
que nunca besaron el suelo,
de yeguas y de gatos,
de distancias que vencen a les amigues,
de amigues más fuertes que la distancia,
de bocas llenas de la palabra "pueblo"
que nunca besaron el suelo,
de yeguas y de gatos,
de distancias que vencen a les amigues,
de amigues más fuertes que la distancia,
de relaciones
extrañas que empiezan mal y terminan peor
y de ese incurable
-y excesivamente fiel- miedo a volar.
un dragón se
cansa de escupir fuego
y necesita beberse el océano de vez en cuando,
todo esto pasaba
por mi cabeza
mientras sacabás
esa foto
que nunca hiciste
revelar.
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